En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Mateo 3:1-2
¿A cuantos de nosotros nos gusta hablar con alguien que nos ponga atención, en un área agradable para platicar? Creo que a todos.
Sin embargo, Juan el Bautista predicaba en un desierto.
Y es que la palabra de Dios siempre será necesaria en lugares difíciles, rudos y secos.
Incluso, habrá ocasiones en que sólo ahí la vamos a encontrar, porque en los lugares de comodidad, se ha diluido de tal forma que aunque engorda y satisface al paladar, no nutre.
No estoy diciendo que esta sea la regla, pero sí que debemos estar apercibidos de dónde se hacen estas excepciones.
Jesús no vino a hacer nuestra vida más cómoda, vino a sanar y salvar lo que estaba perdido.
Ciertamente tenemos un Dios amoroso, pero también es santo, que no puede estar donde hay pecado, y que debe ser respetado. Es por eso que Jesús vino al mundo, Él sí podía ir a los lugares donde nos encontrábamos para acercarnos de nuevo al Padre, pero repitiéndonos: no peques más.
Juan el bautista les decía: Arrepiéntanse, porque el arrepentimiento también es parte del mensaje de salvación, sin él, está incompleto.
El sacrificio de Jesús fue completo porque cubrió los pecados, pero para creer en Él, es necesario confesar los nuestros, pedirle perdón por ellos y dejarlos atrás.
Arrepentirse no es llorar, es cambiar. Es ser conmovido de tal manera que ya no deseas vivir igual y ahora adoptarás un estilo de vida diferente, consciente de que Jesús te salvó de la muerte y te dio una nueva oportunidad de vida ¡eterna!
Hoy queremos recordarte la vida de Juan el bautista e invitarte a predicar con convicción aún en el desierto: arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Jesús está entre nosotros, y su reino también, se creemos y lo compartimos.
Serie: El mensaje de Dios encubierto.
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