Siempre que quiero alabar al Señor con alegría imagino la fiesta que harían los latinos en el cielo y pongo a Miel San Marcos con el álbum “Como en el Cielo”.

Yo no sé exactamente qué vio el apóstol Juan cuando la voz le dijo: “Sube acá” y vio la adoración celestial, pero me imagino a cielo y tierra adorando juntos y será espectacular.

Mientras eso sucede, seguimos adorando desde acá.

¿Han visto los festivales infantiles donde los pequeñitos bailan, cantan o hacen algo para sus papás?

En estos eventos, los pequeñitos están tan emocionados porque sus papás los van a ver que pueden llegar a abrumarse tanto que lloran.

Mientras esto sucede, los padres no les quitan los ojos de encima; en su corazón hay una expectación por ver lo que su hijo hará que al verlo disponerse a empezar, se ve transformada en alegría y gozo incontenibles: su hijo está haciendo eso sólo para él –y es imposible no sentirse grande con eso-.

Cuando el pequeño llora en medio de esta locura de sentimientos, el padre se enternece y busca la forma de consolarlo y alegrarlo, y el amor en su corazón – igual de incontenible que el gozo anterior- se desborda y desemboca en los más tiernos abrazos.

Pues lo mismo pasa cuanto tú cantas, bailas o presentas algo a Dios.

Imagino el corazón de Dios palpitando acelerado, la sonrisa que no cabe en el rostro y los ojos sin perder un solo detalle de cada uno de los movimientos de sus hijos.

Tú eres su hijo, eres su promesa y todo lo que haces para agradarlo a Él, lo llena de alegría.

¿Estás listo para la presentación? Papá está esperando.

Alaben su nombre con danza; con pandero y arpa a él canten.

Salmos 149:3