Si de algo me pueden acusar es de haber sido una descarriada.

Gran parte de mi vida, mis problemas con la autoridad eran más que evidentes, pueden preguntarle a mis padres por ello.

Los límites siempre me impulsaron a ir más allá, a cruzar la línea que decía: NO.

Y me metí en muchos problemas, y me lastimé y lastimé a muchos en el camino.

Pero un día, después de haberme ido tan lejos y por tanto tiempo, entendí que en casa de mi Padre, ni siquiera los siervos padecían la miseria que yo sentía; y volví. Avergonzada, sucia, acusada y quebrantada.

Y no recibí reproche, sólo el calor del abrazo y la caricia que limpiaba y borraba todo. El amor del Padre me envolvió a través del sacrifico de su Hijo y de su Espíritu Santo, y no he querido apartarme más.

Hoy leí esta porción y le agradecí que su amor sea tan grande que no conforme con eso, me ofrece redención no sólo para mí, sino también para mis hijos.

Por tanto, Jehová, que redimió a Abraham, dice así a la casa de Jacob: No será ahora avergonzado Jacob, ni su rostro se pondrá pálido; porque verá a sus hijos, obra de mis manos en medio de ellos, que santificarán mi nombre; y santificarán al Santo de Jacob, y temerán al Dios de Israel. Y los extraviados de espíritu aprenderán inteligencia, y los murmuradores aprenderán doctrina.

Isaías 29: 22-24

Yo estaba más que extraviada, ¡gracias Señor por llevarme al mejor encuentro contigo!