Miraba a mi esposo de reojo después de que Dios me confrontaba: ¿porqué amas a tu marido?
Y me ponía a pensar ¿porqué me casé con él?, y resulta que lo había olvidado.
Entonces fue relindo volver a recordarlo.
Porque a veces nos acostumbramos tanto a nuestra vida, que dejamos de ver lo nuevo cada día.
Y el Señor me seguía haciendo preguntas, y me obligaba a observar con detalle cuánto había cambiando mi esposo. Las señales físicas eran evidentes, pero había cosas en su corazón, en sus pensamientos pero sobre todo en su espíritu, que habían cambiado.
No es un nuevo esposo, es el mismo, lleno de defectos y virtudes, pero mejorado. Más libre, más pleno, más sabio, más bello.
Veía sus talentos puestos al servicio de Dios, y los dones que Él había añadido a cada uno de ellos. Veía la ternura en su mirada y sus canas libres de preocupaciones. Veía las arrugas en el pliegue de sus ojos que se intensifican cada vez que ríe, pero que se suavizan cuando me mira.
Y el Señor me recordaba que así como sus misericordias son nuevas cada mañana, el amor también es nuevo cada mañana.
Y amé a mi esposo con consciencia nueva, con corazón nuevo, con palabras nuevas y con besos nuevos.
Y lo amo con decisión porque el amor, igual que el perdón, no es una emoción, es una convicción.
Descubro, que hace 2 semanas, Dios trabajaba en mí lo que iba a poner en el corazón de él. Hace una semana él estaba en un Congreso de Varones capacitándose para ser un mejor esposo, hijo, padre y hermano, siendo confrontado por Dios, sobre su desempeño y sobre si su esposa lo amaba.
Hoy descubrimos que sólo Dios tiene los tiempos y las sazones, y que le da sabor a todo.
Ciertamente, el matrimonio es como el Apocalipsis, bienaventurados los que leen y ponen en práctica todo lo que la Palabra dice en el matrimonio, para disfrutar de la mejor fiesta de su vida.
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