Hace un tiempo, recién convertidos a la fe, me preguntó uno de mis hijos sobre las palabras «feas» y yo le contesté que no eran feas, eran de adulto.
Inmediatamente, el Espíritu Santo me redarguyó: no son de adulto, son maldiciones. PUNTO.
La verdad me incomodó, pero no me quedó más que retractarme: no se llaman así hijo, se llaman maldiciones porque eso son: maldiciones, y no tenemos porqué decirlas; Dios quiere que nuestra palabra sea una bendición continua.
No importa si son dichas con singular alegría o con ira, la verdad es que son un continuo mal-decir las cosas, las personas, las situaciones y vamos creando un sistema de pensamientos mal estructurados, donde lo malo es siempre lo de afuera y nos desligamos de la responsabilidad de lo que hay adentro.
Jesús explicó claramente lo que contamina al hombre y no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella. (Mateo 15 y Marcos 7)
A veces intentamos maquillar la realidad.
Seamos responsables, porque …la maldad de [nuestros] propios labios cubrirá [nuestra] cabeza. Salmos 140:9b
El hombre deslenguado no será firme en la tierra;
Salmos 140:11
El mal cazará al hombre injusto para derribarle.
¡No seamos lengua suelta!
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