En el capítulo 1 de Isaías, el Señor aparta los ojos de las manos que se levantan a clamar a Él y rechaza sus sacrificios. Es un capítulo muy triste porque Él está “harto” de tanto sacrificio.
¿Cómo puede ser esto?
Imagínate que en el mundo actual la gente prefiera pagar las multas que dejar de cometer infracciones.
Esto mismo sucedió con el pueblo, los sacrificios estaban establecidos para casos de necesidad, pero el pueblo ya había caído en la necedad, y eso entristecía al corazón de Dios, porque había un nivel de desorden tremendo.
¿Hemos caído en la necedad?
Ya nadie se preocupaba por cuidar de los demás, todos se enfocaban sólo en sus propios deseos y aunque sabían que estaba mal, ignoraban el verdadero propósito de la ley, que no era hacer sacrificios, sino permanecer en santidad.
De la misma forma, en el pasaje de hoy Dios establece un condicionante para escuchar nuestras oraciones y requiere un arrepentimiento verdadero y buscar agradarle, de otra manera, Él no escuchará.
Para que Dios escuche nuestras oraciones se requiere un arrepentimiento verdadero.
Aún si Dios escuchara nuestros ruegos, es necesario esperar la respuesta a ellos, y a veces omitimos esa parte.
Dios no es solo un encargado de satisfacer nuestras necesidades, es nuestro Padre, nuestro Rey y nuestro amigo, y merece un trato acorde a su posición en nuestra vida.
Dios escucha, pero también requiere ser escuchado y obedecido
Elí enseñó a Samuel cómo responder cuando el Señor quería hablarle (porque es distinta la forma de responder a un maestro que al Maestro)
Oremos para tener la mansedumbre y templanza de esperar las instrucciones de Dios, y la fortaleza y convicción para ponerlas en práctica. Roguemos con fe: Habla, Señor, que tu siervo oye.
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