El sábado pasado veía con los hijos la película del Príncipe de Egipto y meditaba en Jocabed, la mamá de Moisés, dejando a su hijo en una cesta, en el Nilo.

Y pensaba en todo lo que estamos viviendo, y cómo debemos actuar: entretejer una cesta de oración, de información y de protección sobre nuestros hijos, porque los vamos a soltar en el mundo y estarán expuestos a peligros, igual que ese pequeño a los cocodrilos del Nilo; pero también a su propia inmadurez, al ser niños espiritualmente hablando al no conocer su identidad y su propósito como hijos de Dios.

Más que temer los decretos de las autoridades, debemos poner manos a la obra, Dios nos ha dado hijos hermosos, llenos de propósitos en medio de generaciones abortivas, como la Moisés y la de Jesucristo.

Aún que nuestros hijos crezcan en medio de costumbres ajenas a nuestra fe en casa de faraón, llegará el día en que recordarán todo lo que escondimos en sus corazones cuando eran niños.

Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey. Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón.

Hebreos 11:23-26

Lee Éxodo 1 y 2 y asómbrate al ver que no hay nada nuevo bajo el sol.