La pasión de Cristo no fue su muerte y resurrección: eras tú.

Él te ama con pasión.

No eran los clavos los que lo sostenían en el madero, era su amor por tí el que lo hacía aferrarse a ellos.

A Él nadie le quitó la vida, Él la ofreció en lugar de la tuya.

Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre (Juan 10:18)

Tú eras y sigues siendo la pasión de Cristo.

Acepta su amor, recíbelo hoy y experimenta un amor sin igual, y sin condición.